Tres torres
vigilan mi plaza
desde el tiempo
en que los guerreros
se vestían de hierro
y los paisanos
vivían al son de sus campanas.
También hoy
cuentan nuestras horas
y observan nuestras andadas.
Seguramente los niños
siempre encontraron la forma
de jugar, como ahora,
por este espacio abierto
y los viejos
buscaron algún respiro
de sus trabajos.
sentándose al sol,
a partir de la primavera.
Muchos siglos se han sucedido
desde que las torres eran nuevas
y millones de historias
se han esbozado, desenlazado
y finalizado
a sus pies.
También las nuestras
pasarán de puntillas
bajo su atenta mirada.
Ellas saben descubrir
héroes y villanos,
bondad y vileza,
paz y violencia,
debajo de la cáscara
anónima
de cada paseante
que, despreocupado,
atraviesa mi plaza
o se entretiene en ella
para buscar un momento
de sosiego
en tiempos agitados.
Cada uno
acarrea su historia,
fascinante, única.
Aunque a pie de calle
parezca una de tantas.
Desde las alturas
cada una es
una aventura
irrepetible.
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