Empecé el año con mucho entusiasmo, animada a llenar mis días con la poesía de lo cotidiano desde mi mirador hacia la Plaza de San Francisco de Pamplona: Un lugar privilegiado, lleno de pequeños aconteceres y cargado de historia. Luminoso, vibrante y entrañable. Una fuente inagotable para la pluma.
Pero muy pronto mis letras se vieron interrumpidas.
No fue un bloqueo del escritor o una ausencia de inspiración, no. La culpa la tienen los generosos Reyes Magos que este año han decidido tirar la casa por la ventana y me han traído un violín. Yo siempre lo había deseado, pero lo consideraba fuera de mi alcance. Y a mis años, ponerme a aprender los rudimentos de un instrumento de esa dificultad me parecía una locura. Pero a veces llega la hora de los sueños cuando uno menos lo espera.
Y en eso estoy. Lo cierto es que hay que cuidarlo como un niño. Afinarlo, preparar el arco, limpiarlo después de cada sesión, guardarlo con cuidado en su estuche, y practicar, practicar muchas cosas: el modo de sostener el arco, la forma de mover el brazo y la mano que lo mueven, los dedos de la mano izquierda, en definitiva, muchas formas nuevas que hay que conseguir armonizar.
Procuro no molestar. Busco el lugar más aislado y la mejor sordina que atenúe el volumen de mis tentativas en busca del mejor sonido. No quiero dar la lata, pero se me hace difícil soltar el violín. Tengo que reconocer que me me tiene totalmente atrapada.
Recuerdo mis años de reportera, cuando cubría el concurso internacional de violín Pablo Sarasate. Envidiaba a los concursantes, entre los que estuvo el hoy famoso Ara Makilian, armenio nacido en Líbano, que ganó en 1995, cuando aún no era conocido y me contó su azarosa niñez en los sótanos de Beirut. Envidiaba al presidente del concurso Vladimir Spivakov, a quien recuerdo haberle visto tocar muy de cerca, desde el lateral del escenario del Teatro Gayarre, mientras esperaba en el proscenio a que terminara para que me concediera una entrevista. Me apasionaba su expresividad y su identificación con el instrumento.
Algo de música se. Toco el piano. No se me escapa que detrás de lo que parece natural hay horas y horas de trabajo a veces tedioso y repetitivo (escalas, arpegios, ejercicios para mejorar la postura) y al final, lo esperado: la magia de la melodía. Hoy tímida y entrecortada, mañana más confiada, algún día emanará fluida y expresiva.
No me arrepiento de haber pedido un violín a los Reyes Magos, aunque creía que no me lo iban a traer. Pero este año, han hecho verdadera magia: la magia de una música nueva para mí.
Espacio para ideas y comentariosCancelar respuesta