Todos los días paso
por debajo de tu efigie verde-azulada
de metal curtido a la intemperie
Ahí estás con los brazos abiertos,
junto al hermano lobo
subido a una columna
de cemento blanquecino
rodeado de niños que juegan
y ríen despreocupados.
Ellos son afortunados.
El sonido de los ataques aéreos
y las sirenas de alarma
les son desconocidos.
Cuando se haga de noche
volverán a casa,
donde su mundo les espera.
Quizá vean las noticias
de otros niños que no pueden jugar
porque lo han perdido todo
y ya no tienen a dónde volver
sino buscan por dónde huir.
Tu, señor de mi plaza,
has sido siempre símbolo
e instrumento de la paz.
A ti alzo mi mirada cada día
y repito contigo:
“donde haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón…”
Pero siempre hay quienes se empeñan
en sembrar destrucción
y heridas de muerte y venganza.
Han pasado muchos siglos
desde que lanzaste tu mensaje de paz.
Han estallado muchas guerras
y han llegado muchas paces.
Que no se pierda tu clamor!
Siempre habrá almas puras
que escuchen tu voz,
aunque el ruido de las bombas
sepulte sus súplicas
por ahora.
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