Voy caminando por el borde del terraplén y me asomo al vacío como las casas del paseo de ronda. El abismo me atrae ominoso hacia las profundidades oscuras y tristes. Pero yo me aferro al suelo que me sustenta y alzo la mirada para ver el horizonte de las montañas, las nubes y el cielo que en algún lugar ilumina y colorea el mar que me falta, para respirar hondo y descansar el alma. Abajo, los árboles cubren con su sombra las menguadas aguas del río Arga. Desciendo. El río tiñe con una sinfonía de verdes la tarde soleada. Ahí también hay vida y belleza. Me recreo en ella y olvido al contemplarla el oscuro abismo que me la ocultaba. Nunca se sabe cuándo un destello de color, un trocito de vida, un reflejo de agua un brote naciente pueden rescatar a un alma doliente. Foto: las casas del Paseo de Ronda vistas desde la cuesta de la Carretera de Guipúzcoa
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