He puesto el belén en la chimenea sin olvidarme de las ovejas mutiladas que se sostienen gracias al musgo en el que hunden las patas que les quedan. Los recuerdos se amontonan como los mozos del encierro una mañana de adrenalina y suspense en el callejón de la plaza: Mi padre pone las figuras debajo del árbol símbolo de la vida y la luz que nacen de la cueva del misterio. Sostiene con cariño un ángel blanco, alarde de artesanía que anuncia la buena nueva. Desde la cocina llega el olor al strudle de manzana que mi madre hornea entre pucheros. Esa noche llega el emisario del niño Jesús a traer los regalos Los niños espiamos tras la puerta de cristal esmerilado y vemos luces vacilantes que van iluminando el árbol. Estamos seguros de que es el ángel que habla con mi padre y le entrega los presentes. Por fin entramos. Sólo las velas y la luz del pesebre iluminan el cuadro. Vemos en las sombras paquetes con lazos en vueltos en papeles que brillan más a la luz de las velas. Pero no los tocamos. Primero cantamos un antiguo villancico croata y rezamos. Por fin, mi padre enciende la luz y todos nos lanzamos a por los regalos del Niño Dios. Y jugamos juntos. Hoy soy yo quien sostengo las figuras de barro. Y ya no tengo quien cante conmigo la dulce melodía de mi tierra. Necesito el musgo para sostenerme en pie disimulando mis heridas delante de la misteriosa cueva. Pero no abandono la ilusión primera ni el amor profundo que entró en mí cuando todo era nuevo.
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