la montaña enclaustrada

1 minuto

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Las calles estrechas

de mi barrio

siempre guardan sorpresas

al final de sus líneas

no rectas, sino vivas,

por tantos siglos de continuos pasos

hacia millones de epopeyas

escondidas.

Las torres de la catedral

que se asoman

suavizadas por la niebla

al final de la Calle Mayor

lanzan sobre los vecinos

el sonar de sus campanas

que nos marcan las horas

de la vida.

El monte San Cristóbal

bañado por el sol de otoño

dibujando la lejanía libre

sobre la cercana fuente de Descalzos,

es una invitación a volar

por los espacios abiertos

que desde la estrechez de los adoquines

a veces añoramos.

Buenos días,

montaña enclaustrada

entre dos muros de cemento.

Gracias por recordarme

que hay otros mundos

a mi alcance

para respirar luz y libertad

de maneras diferentes.

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Desde La Plaza de San Francisco

Poesía de lo cotidiano en el mirador

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