Ayer me uní a la oración que convocó el Papa Francisco por la paz. A las seis de la tarde desde todo el mundo millones de personas estábamos rezando al mismo tiempo pidiendo a Dios a través de la mediación de su Madre, María, para pedirle perdón por tanto odio y destrucción y piedad para devolvernos la paz.
A pocos pasos de mi plaza otro Francisco, nuestro obispo, se unía con sus fieles ante Santa María la Real para unirse a la oración del Papa repitiendo sus mismas palabras en las que además se consagraba a Ucrania y Rusia a la Virgen de Fátima. En las palabras de la oración el doloroso recuerdo de una realidad que ensombrece nuestros días. ¿No ha aprendido Europa nada de dos guerras mundiales en el siglo pasado para volver a las escenas de destrucción aplastante, desplazamiento de millones de personas, y fosas comunes? ¿Y qué pasa con las demás guerras? también de ellas se habló en la oración pidiendo por la paz. Los conflictos olvidados. Donde los muertos y desplazados son tan reales y tienen tanta capacidad de sufrir o más que en Europa.
Pero esto nos pilla de cerca, nos afecta, nos asusta, nos despierta.
Ojalá estuviéramos siempre alerta. Siempre buscando esa paz que es la única manera digna de vivir para todos. No solo para nosotros.
Las guerras estallan en un momento desgraciado en el que la parte que se siente más fuerte decide solucionar las diferencias con inusitada violencia. Pero nunca se sabe cuánto van a durar ni cómo van a acabar. ¿Quién la iba a decir a Putin que los ucranianos iban a resistir como lo están haciendo? Sólo se sabe que producirán enormes pérdidas, tremendos horrores y mucho dolor en medio de una sangría de muertes. Se sabe que sembrarán la semilla del odio que es obstinada y produce frutos malditos cuando uno menos lo espera. Es el mal en el sentido absoluto de la palabra.
Unidos
¿Y de qué sirve que millones de personas se reúnan a la llamada del Papa Francisco para rezar por la paz?
De mucho. Es un grito silencioso que clama al cielo desde las gargantas de millones de almas que se une al de esos otros millones de víctimas que están también clamando al cielo pidiendo socorro y justicia. Una manifestación mundial con mucha más fuerza que las reuniones de los líderes mundiales que no saben cómo mantener el equilibrio entre las líneas rojas que no quieren pasar, las dependencias económicas que no les dejan reaccionar y sus principios, si es que les quedan.
Si. Yo creo en el poder de la oración. Yo creo en Dios. Yo creo en la eficacia de quienes ayudan con lo que pueden sin el lastre de intereses o alianzas geopolíticas. Yo creo en las personas generosas que ayudan a los refugiados sin buscar nada a cambio, yo creo en los voluntarios de buena fe, yo creo en quienes rezan desde su rincón del mundo por personas que ni saben que existen, porque son como ellos hijos de Dios y están sufriendo. Y por eso vivo con esperanza.
Al terminar la ceremonia en la Catedral de Pamplona, vuelta a casa para encontrar a otro Francisco, el santo de Asís, allí en mi plaza. Un campeón de la paz. A él me dirijo también para pedirle ayuda en estos tiempos que nos está tocando vivir.
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