Camino despacio

por viejas rutas

mirando al suelo mojado

por mis lágrimas.

No me resigno a perder

para siempre

la luz brillante del sol cómplice,

el azul zafiro del mar amado,

y la mirada confiada

de la sangre

de mi sangre.

Pero ése es un anhelo prohibido.

No puedo dejarlo salir

de su caja de cristal

tallado.

No sea que

alguna mirada fría

en este lado

de mi vida errante

lo atisbe

y se burle

de mis sentimientos.

Debo aprender a vivir

como lobo de mar

tierra adentro.

Sin raíces.

Sosteniéndome a pulso

frente a los elementos.

Debo aprender a vivir

olvidando mis sueños.

Pero no puedo.

Y así

sigo avanzando

sabiéndome extraño

a los dos lados

de mi frontera,

sumido

en la perplejidad

de los hijos

del exilio.

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