Llenan mi día a todas horas. Recién estrenadas llenas de alegría y de energía. Suenan como el canto de mil pajarillos alborozados, porque olvidan todo lo que puede pesarles cuando juegan y corretean, ágiles y libres, por las cuatro esquinas de mi plaza. Un balón al que cazar, el vaivén de un columpio, la emoción de un salto, cualquier pequeña aventura es motivo para estallar en esa incomparable risa inocente y tintineante, que llena el alma de gozo. Una vez fuimos nosotros quienes saltábamos despreocupados y felices y dejábamos escapar nuestras voces limpias para alegrar a todos. Ahora arrastramos los pies y doblamos el alma con vanas preocupaciones. Pero no podemos sino sonreír al ver a los pequeños que nos han sucedido, trotar por nuestros caminos y devolver a nuestro paisaje la voz nueva de la alegría que aún anida en nuestro corazón.
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