Llenan mi día
a todas horas.
Recién estrenadas
llenas de alegría
y de energía.
Suenan como el canto
de mil pajarillos
alborozados, 
porque olvidan todo
lo que puede pesarles
cuando juegan
y corretean,
ágiles y libres, 
por las cuatro esquinas
de mi plaza.
Un balón al que cazar,
el vaivén de un columpio,
la emoción de un salto,
cualquier pequeña aventura
es motivo para estallar
en esa incomparable risa 
inocente y tintineante,
que llena el alma de gozo.
Una vez fuimos nosotros
quienes saltábamos 
despreocupados y felices
y dejábamos escapar
nuestras voces limpias
para alegrar a todos.
Ahora arrastramos los pies
y doblamos el alma 
con vanas preocupaciones.
Pero no podemos sino  
sonreír al ver
a los pequeños 
que nos han sucedido,
trotar por nuestros caminos
y devolver a nuestro paisaje
la voz nueva
de la alegría
que aún anida
en nuestro corazón. 
 

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