Las peleas
que combatimos
para seguir respirando
en el mundo
que habitamos
nos hieren. ¡Y de qué manera!
Sus cicatrices
no siempre son trofeos
para mostrar con orgullo
sino que a veces
es mejor que queden
tapadas en el olvido.
Porque avivan el recuerdo
de lo que tiene el poder
de endurecer el alma
y amargar el corazón
que debería latir
sereno y libre.
Hay vidas que
han acumulado
tantos golpes
sin tiempo para sanarlos,
que se han convertido
en duras piedras.
Pero aún en ellas
puede brotar
verde y nuevo
un brote de esperanza
como las hojas nuevas
en los resquicios de un muro.
En la peor pesadilla
existe la esperanza
de despertar.
En el corazón más duro
existe el ansia oculta
de perdonar
Quizá la dureza
del muro
construído
para parapetar
los sentimientos
lo quiera impedir
Pero la paz es terca
como los brotes verdes
que nacen y crecen
dando el color
de la esperanza
a los antiguos sillares
Sólo hay que confiar
en que encuentre
esa pequeña grieta
del alma
donde echar raíces
para brotar desafiante
y convertir la dura roca
que estaba muerta,
en fuente
de una nueva vida.
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