Mi plaza calla
vacía.
La vida se ha mudado
detrás de las ventanas
encendidas.

Allí se despliegan
dramas, encuentros,
indiferencias, 
furias, amores,
soledades.

Cientos de historias
se escriben sin tinta
en la intimidad,
como horas antes 
se esbozaban en público.

Las risas de los niños,
las charlas en los bancos,
los pasos perdidos,
los transeúntes ocasionales,
todos se han ido.

Pronto, también las ventanas 
irán cerrando sus párpados
una a una 
hasta dejar solas
a las farolas.

Es la hora de los sueños...
o de las pesadillas.
La hora de la búsqueda
del descanso esquivo
que a veces no llega.

Y mientras tanto,
allí abajo,
mi plaza sigue brillando
para acoger 
a quien quiera verla.

Con sus columpios
que a nadie mecen
sus bancos rojos
que con nadie 
comparten sus secretos.

Y sus farolas brillantes
que a nadie iluminan
sus pasos tardíos,
pero revelan 
el paisaje de la ausencia.

Un repartidor cruza
a toda velocidad 
con su bicicleta 
rasgando el lienzo
del nocturno.

seguramente
no ha tenido tiempo 
de vislumbrar
el bello entorno 
de su corrrería

Me encojo de hombros
y cierro los ojos 
de mi habitación
para buscar el mundo
de los sueños serenos.



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