Mi plaza calla vacía. La vida se ha mudado detrás de las ventanas encendidas. Allí se despliegan dramas, encuentros, indiferencias, furias, amores, soledades. Cientos de historias se escriben sin tinta en la intimidad, como horas antes se esbozaban en público. Las risas de los niños, las charlas en los bancos, los pasos perdidos, los transeúntes ocasionales, todos se han ido. Pronto, también las ventanas irán cerrando sus párpados una a una hasta dejar solas a las farolas. Es la hora de los sueños... o de las pesadillas. La hora de la búsqueda del descanso esquivo que a veces no llega. Y mientras tanto, allí abajo, mi plaza sigue brillando para acoger a quien quiera verla. Con sus columpios que a nadie mecen sus bancos rojos que con nadie comparten sus secretos. Y sus farolas brillantes que a nadie iluminan sus pasos tardíos, pero revelan el paisaje de la ausencia. Un repartidor cruza a toda velocidad con su bicicleta rasgando el lienzo del nocturno. seguramente no ha tenido tiempo de vislumbrar el bello entorno de su corrrería Me encojo de hombros y cierro los ojos de mi habitación para buscar el mundo de los sueños serenos.
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