Cuando la vida corre por mil fragmentos de rutinas apresuradas y metas frustradas El alma se ahoga como un pez en el aire dando bocanadas desesperadas. El tiempo se escapa en una carrera despiadada y ni los relojes pueden contenerlo. Las agujas, en su ritmo impasible no ven como las horas se convierten en minutos que desaparecen en microsegundos. Pero a nosotros nos empapa el sudor de esa carrera del desenfreno. No quiero seguir corriendo como un galgo tras su conejo y perder la capacidad de contemplar mi paisaje. Me detengo en seco, miro al reloj de la fachada de las escuelas de mi plaza con su campana muda. Me gustaría ser como ella y hacer guardia en lo alto desapercibida contemplando la vida. Los pequeños entran y salen con alboroto y juegan. Para ellos el tiempo es casi eterno. Decido quedarme a empaparme de su energía contagiosa. Ya habrá horas para apresurarme en los quehaceres de la compleja vida. Ahora toca encontrar el sosiego sin el que difícilmente brota la poesía.
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