Cuando la vida corre
por mil fragmentos
de rutinas apresuradas
y metas frustradas

El alma se ahoga
como un pez en el aire
dando bocanadas
desesperadas.

El tiempo se escapa
en una carrera despiadada
y ni los relojes
pueden contenerlo.

Las agujas, en su ritmo impasible
no ven como las horas
se convierten en minutos
que desaparecen en microsegundos.

Pero a nosotros
nos empapa el sudor
de esa carrera 
del desenfreno.

No quiero seguir corriendo
como un galgo tras su conejo
y perder la capacidad
de contemplar mi paisaje.

Me detengo en seco,
miro al reloj de la fachada
de las escuelas de mi plaza
con su campana muda.

Me   gustaría ser como ella
y hacer guardia en lo alto
desapercibida
contemplando la vida.

Los pequeños entran y salen
con alboroto y juegan.
Para ellos el tiempo
es casi eterno.

Decido quedarme
a empaparme
de su energía
contagiosa.

Ya habrá horas
para apresurarme
en los quehaceres
de la compleja vida.

Ahora toca
encontrar el sosiego
sin el que difícilmente
brota la poesía. 


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