Llegaba con la noche para robarme el alma y yo le dejaba entrar sin rasgar el silencio para no perturbar su canto que alegraba la oscuridad. Me susurraba colores brillantes y me desbrozaba mundos ignotos que mis ojos jamás vieron y mis pies nunca hollaron. Mis nervios rotos entre teclados y pantallas comenzaban a danzar suavemente, dejándose llevar. Cuando las noches se hicieron hielo Y ya no volvió a mi ventana Mi danza muda Se volió plomo y piedra. El reflejo del sol mañanero en las ventanas de las casas de colores que bordean mi plaza me recordó el canto perdido de mis noches agitadas. Allí reconocí los colores fantásticos y los mundos inexplorados que me había enseñado el canto del ruiseñor Tiré a la papelera el ansia desbocada Y empecé a disfrutar del este dulce asombro que me asalta en las esquinas de mi vida.
(Dedicado a un ruiseñor que cantaba a medianoche desde los árboles de la finca de la antigua Papelera en frente de Diario de Navarra) Foto: Joshua J. Cotten
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