Qué bonitas son las casas que bordean mi plaza cuando las ilumina el sol tenue de la mañana. Qué hermosas las miradas brillantes y limpias de los niños que juegan debajo de mi ventana. Qué opresiva mi habitación espaciosa cuando me encierro en ella buscando soledad. "No es bueno que el hombre esté solo" y menos cuando la vida estalla al otro lado del cristal. He llegado a ese estado en el que el cansancio es un peso que lastra el alma dolorida, en lugar del dulce premio a la joven audacia y la alegre premonición de nuevos retos. Necisto salir de mi refugio y mezclarme con las risas y las luces, allá fuera, al otro lado de mi cristal donde los niños corren y el sol juega, para descansar de mis pesares y recuperar la ansiada energía.
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