Qué bonitas son las casas
que bordean mi plaza
cuando las ilumina el sol tenue
de la mañana.
Qué hermosas las miradas
brillantes y limpias
de los niños que juegan
debajo de mi ventana.
Qué opresiva
mi habitación espaciosa
cuando me encierro en ella
buscando soledad.
"No es bueno
que el hombre esté solo"
y menos cuando la vida
estalla al otro lado del cristal.
He llegado a ese estado
en el que el cansancio
es un peso que lastra
el alma dolorida,
en lugar del dulce premio
a la joven audacia
y la alegre premonición
de nuevos retos.
Necisto salir
de mi refugio
y mezclarme
con las risas y las luces,
allá fuera,
al otro lado de mi cristal
donde los niños corren
y el sol juega,
para descansar
de mis pesares
y recuperar
la ansiada energía.