Silencio.
Ni los pájaros tienen fuerzas
para emitir sus trinos.
Los niños
que ríen y juegan
están ahora escondidos
a la sombra de sus casas.
Y sus voces alegres
han huido del parque
multicolor que brilla
bajo los rayos
inmisericordes
del sol de agosto
en rojo, azul, amarillo
y soledad.
Sentado en un banco,
a la sombra de un árbol,
un anciano observa
a los paseantes ausentes.
Un niño cruza la plaza
con un helado en la mano
que se derrite y gotea
como mi frente sudorosa.
Hasta el león de bronce
de la fuente de agua
está abandonado.
El calor ha silenciado
mi bulliciosa plaza.
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